3 de febrero de 2012

Fríos sueños

Despertó de un sueño. Bañado en un sudor frío se escondía bajo la manta, recordando de nuevo lo que acababa de vivir en otra dimensión, aquella que Morfeo nos brinda cada noche, y cada día para algunos más perezosos. Ese típico viaje que nos hace confundir lo real de lo ficticio, lo anhelado, lo deseado y a la vez lo más temido y odiado. Siempre supo que sus sueños le brindaban la oportunidad de conocer cosas de su mente que, fuera como fuera, no podía alcanzar en esta vida racional y consciente.

Se le aparecieron fantasmas, y cuando digo fantasmas no me refiero a aquellos que se ocultan bajo sábanas blancas, ni tan siquiera a espíritus malvados ni aterradores a los que las películas de miedo nos tienen acostumbrados, sino a seres que pasaron a "mejor vida", personas que un día quiso y que ya no están en su camino, tan sólo el recuerdo y el deseo de mantenerlos vivos en su mente, en su corazón. Vio 100103 estrellas, concibió que una de esas brillaba con más fuerza, aquella que lo veía todo, de la que se sentía orgulloso y de la que jamás quiso separarse. Y entonces fue cuando le inundó el deseo de sentir el calor de aquel abrazo familiar, aquel cariño de un abuelo, aquel apoyo incondicional aunque las cosas fueran mal, porque día a día sintió que el peor fracaso fue la rendición y así se lo hizo saber. Sintió un deseo infinito de nostalgia, de pena y de rabia contenida a la vez por la crueldad de la vida al separarlo de su camino, del porqué tuvo que llevárselo cuando las personas buenas jamás deberían marcharse. Eso pensaba como motivo para odiar aquello que lo arrebató de su vida. Y pese a ello, se dio cuenta que aquello que tanto echaba en falta seguía con él, pese a que jamás lo consolara definitivamente. Al despertar, recordó ese vacío que sentía su... cuerpo... o su mente... o su corazón... o su alma... No creo que pueda llegar a entender bien de donde nacía tal vacío, lo único que sabía es que aquel sentimiento corría por cada gota de sangre de su cuerpo.

Al levantarse de la cama, después de conseguir ganarle la partida a la manta, que lo atraía y lo enredaba con gran fuerza, notó el frío del suelo, el frío de la vida. Aquel frío que le hizo volver a la razón y a la conciencia, al no saber que era del todo cierto y que del todo falso, pero supo que aquel sueño, fuera como fuera, le dejo esa cicatriz vacía. Aquel no entender el por qué de aquello. Recordó aquel amigo, aquel del que nunca se pudo despedir porque era inconcebible entender que se pudiera marchar tan pronto. Valoró la fugacidad del tiempo, el corto devenir de nuestros caminos, de las sorpresas con las que nos brindan las situaciones en el tiempo. Concluyó en que la vida es fugaz, que cada día que pasa, cada minuto que se escapa en el tiempo son oportunidades de brindarnos una vida mejor, por mucho más corta o larga que sea, porque quizás si entiende la felicidad como acto último en la vida, acto perfecto e infinito que da sentido al devenir de sus días pueda entender que aquella estrella brille más, que esté orgullosa de él y que entienda que debe luchar por sus sueños, sueños que aquella noche le sirvieron de lección.

Por eso, cogió el móvil y empezó a escribir: 

"Te garantizo que habrá épocas difíciles y te garantizo que en algún momento uno de los dos, o incluso los dos querremos dejarlo todo, pero también te garantizo que si no te pido que seas mía me arrepentiré durante el resto de mi vida porque sé, en lo más profundo de mi ser, que estás hecha para mí." 

Acabó de escribir y leyó de nuevo el texto, marcó 7 de los nueve dígitos que componían el teléfono de su destino... Quería tener ilusión, quería ser feliz.

1 de febrero de 2012

Sin condiciones ni excusas

Vistió de tragedia un día gris, bajo a media hasta todas las banderas de su ciudad; estaban de luto. El gobernante, aquel que tomaba todas las decisiones racionalmente se asomaba a su balcón con las manos bañadas en sangre mientras el pueblo andaba cabizbajo ante su mirada poderosa y autoritaria. Al otro lado, el palacio del rey, aquel que tomaba las decisiones por instinto y pasión, a los pies de la gran puerta del palacio descansaban una multitud de velas y flores en memoria del monarca. 

En una ciudad gobernada a consenso por un gobernante y un rey, era sabido por todos que el éstos jamás fueron de la mano ni remaron en la misma dirección. El gobernante era muy calculador, lo pensaba todo. Se definía como un estratega, un jugador que por conseguir lo que quisiera pensaba en la reacción de los demás para finalmente conquistarlos y llevarlos hacia él. El rey, por contra, era un ser que se dejaba llevar, actuaba por instinto y por lo que le decían sus sentimientos. Era bondadoso y preocupado por los demás. Pero pese a tener mucho que perder el rey, había una cosa por la que el gobernante jamás pudo competir con el rey; sus convicciones. El gobernante era un ser con miedo, miedo a que se revolucionara el pueblo o a que sus actos no salieran tal y como esperaba, el rey, sin embargo, actuaba de acuerdo a esos principios que la experiencia y su vida le habían dado, y que sin querer ni siquiera llegar a entenderlo, atraía a los ciudadanos del pueblo y por ello, siempre le seguían a él. 

Pero el último conflicto lo arruinó todo, se reunieron con urgencia para tratar un tema; un tema que le incumbía a ambos, un tema de vital importancia para el reino y que ambos llevaron a lo personal. Se trataba de la conquista a una tierra rica en esperanza, alegrías, ilusiones y oportunidades. Todo aquello que cualquier ciudadano deseaba. Pero entonces aparecieron las primeras discusiones; el gobernante era partidario de ir poco a poco convenciendo a los gobernantes de aquel reino para poder conquistarlos; el rey, sin embargo, era partidario de entregar todos sus recursos sin ningún tipo de duda para unir los reinos y hacer uno nuevo. Pero empezó una guerra dentro de aquel cuarto, el gobernante, lleno de miedo ante lo que para el era un acto de locura, pues si entregaba todos sus recursos, se quedarían sin nada y serían vulnerables a ese reino, decidió asestar dos puñaladas al rey, que quedó malherido en el suelo.

Acto seguido, el gobernante viajó al reino e inició un período de conversación en los que no dejaba claro sus intenciones, pues como bien era sabido, el gobernante era un tipo cobarde y con poca valentía. Hecho que incomodó a los gobernantes del reino extranjero, y ante tanto dar pasos adelante y atrás, decidieron dar tregua a ese periodo de negociación. El gobernante volvió al reino y subió a la habitación aquella donde permanecía el rey, malherido y con una nota al lado de su cuerpo:

Querido gobernante,

Es bien sabido que no habrá podido conquistar dicho reino, pues quien sufre miedo, esconde sus verdaderas intenciones. Sus actos han demostrado ser un auténtico estúpido pero yo siempre creí en usted. Siempre creí en que conseguiría entender que la vida no es un juego de matemáticas ni de lógica, sino un transcurrir de sucesos en los que cada acto debe contener la esencia de uno mismo; con sus riesgos, con sus ventajas, con sus ideas más profundas... actos en los que demuestre que día a día usted hace todo aquello que quiere hacer por quien lo quiera hacer sin pensar en lo que pueda perder ni ganar, sino con el espíritu de saber que cada cosa que hizo en esta vida, la hizo porque usted así lo sintió y porque dejo detrás de cada acto una huella que tan sólo puede dejar usted porque es propia, única y auténtica. Yo le cedo mi vida y le dejo mi reino, mi vida fue tan odiosa como la suya pero comprendí con el tiempo que aquello sólo me alejaba de los que amaba. Vuelva al reino y actúe con convicción, sin miedo, dígales que quiere unirse a ellos y que no pondrás condiciones ni recursos porque tus actos son puros y sinceros. Actúe con el corazón. Luche sin condiciones ni excusas.

El rey