Vistió de tragedia un día gris, bajo a media hasta todas las banderas de su ciudad; estaban de luto. El gobernante, aquel que tomaba todas las decisiones racionalmente se asomaba a su balcón con las manos bañadas en sangre mientras el pueblo andaba cabizbajo ante su mirada poderosa y autoritaria. Al otro lado, el palacio del rey, aquel que tomaba las decisiones por instinto y pasión, a los pies de la gran puerta del palacio descansaban una multitud de velas y flores en memoria del monarca.
En una ciudad gobernada a consenso por un gobernante y un rey, era sabido por todos que el éstos jamás fueron de la mano ni remaron en la misma dirección. El gobernante era muy calculador, lo pensaba todo. Se definía como un estratega, un jugador que por conseguir lo que quisiera pensaba en la reacción de los demás para finalmente conquistarlos y llevarlos hacia él. El rey, por contra, era un ser que se dejaba llevar, actuaba por instinto y por lo que le decían sus sentimientos. Era bondadoso y preocupado por los demás. Pero pese a tener mucho que perder el rey, había una cosa por la que el gobernante jamás pudo competir con el rey; sus convicciones. El gobernante era un ser con miedo, miedo a que se revolucionara el pueblo o a que sus actos no salieran tal y como esperaba, el rey, sin embargo, actuaba de acuerdo a esos principios que la experiencia y su vida le habían dado, y que sin querer ni siquiera llegar a entenderlo, atraía a los ciudadanos del pueblo y por ello, siempre le seguían a él.
Pero el último conflicto lo arruinó todo, se reunieron con urgencia para tratar un tema; un tema que le incumbía a ambos, un tema de vital importancia para el reino y que ambos llevaron a lo personal. Se trataba de la conquista a una tierra rica en esperanza, alegrías, ilusiones y oportunidades. Todo aquello que cualquier ciudadano deseaba. Pero entonces aparecieron las primeras discusiones; el gobernante era partidario de ir poco a poco convenciendo a los gobernantes de aquel reino para poder conquistarlos; el rey, sin embargo, era partidario de entregar todos sus recursos sin ningún tipo de duda para unir los reinos y hacer uno nuevo. Pero empezó una guerra dentro de aquel cuarto, el gobernante, lleno de miedo ante lo que para el era un acto de locura, pues si entregaba todos sus recursos, se quedarían sin nada y serían vulnerables a ese reino, decidió asestar dos puñaladas al rey, que quedó malherido en el suelo.
Acto seguido, el gobernante viajó al reino e inició un período de conversación en los que no dejaba claro sus intenciones, pues como bien era sabido, el gobernante era un tipo cobarde y con poca valentía. Hecho que incomodó a los gobernantes del reino extranjero, y ante tanto dar pasos adelante y atrás, decidieron dar tregua a ese periodo de negociación. El gobernante volvió al reino y subió a la habitación aquella donde permanecía el rey, malherido y con una nota al lado de su cuerpo:
Querido gobernante,
Es bien sabido que no habrá podido conquistar dicho reino, pues quien sufre miedo, esconde sus verdaderas intenciones. Sus actos han demostrado ser un auténtico estúpido pero yo siempre creí en usted. Siempre creí en que conseguiría entender que la vida no es un juego de matemáticas ni de lógica, sino un transcurrir de sucesos en los que cada acto debe contener la esencia de uno mismo; con sus riesgos, con sus ventajas, con sus ideas más profundas... actos en los que demuestre que día a día usted hace todo aquello que quiere hacer por quien lo quiera hacer sin pensar en lo que pueda perder ni ganar, sino con el espíritu de saber que cada cosa que hizo en esta vida, la hizo porque usted así lo sintió y porque dejo detrás de cada acto una huella que tan sólo puede dejar usted porque es propia, única y auténtica. Yo le cedo mi vida y le dejo mi reino, mi vida fue tan odiosa como la suya pero comprendí con el tiempo que aquello sólo me alejaba de los que amaba. Vuelva al reino y actúe con convicción, sin miedo, dígales que quiere unirse a ellos y que no pondrás condiciones ni recursos porque tus actos son puros y sinceros. Actúe con el corazón. Luche sin condiciones ni excusas.
El rey
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