[...] Y sobre la mesa del escritorio de su habitación Susana encontró una carta.
Decía así:
Hola Susana,
Jamás encontré la manera de decir todo lo que pensé. Tuve miedo. Miedo por crear en ti una negativa sobre mí. Miedo a perderte. Ahora me siento con fuerzas y valor de decirte que volví a sentir crecer mariposas en mi estómago, incluso derramar una lágrima por alguien a quien me duele ver sufrir o tan siquiera ver que te alejas... Hoy me armé de valor. Sé que no podrás creer la mitad de mis palabras, que el compromiso pudo acechar nuestras vidas, y en concreto atentar contra nuestra libertad. Libertad que al final me ahogaba, que ironía...
Siempre bailé a tu ritmo, siempre quise que tú llevaras el compás de esta melodía que componíamos. Siempre quise entonar tus notas y mirar tus ojos cuando tus labios se movían. Pero cada día te veía más lejos y cuanto mas lejos te veía más fuerte me hice y más luché, a pesar de decir palabras que atentaban contra la cruda realidad. Nunca te llevé la contraria, sólo quise disfrutar de tu compañía, acompañarte en este camino... Caminar o correr juntos...
Siempre te estaré agradecido, me hiciste ver cosas que jamás vi. Me hiciste mas grande de lo que jamás pude pensar...
Hoy ya se acabó... Siempre he mantenido que Escribo pecados, No tragedias... y esto tan sólo es un pecado más.
Oliver
Sobre la cama se encontraba Oliver, inmóvil y algo pálido. Susana se acercó y le tocó el rostro, y palpó el frío que desprendían sus mejillas. Y al poner la mano en su pecho se percató que su corazón se congeló.