16 de noviembre de 2009

La llave del corazón

Él tenía apenas 13 años, su vida era "normal", vaya la que se espera de un chaval que estudia en el instituto. Nunca tuvo problemas con nadie, no pasó desapercibido tampoco, era aplicado y sus profesores estaban encantado con él.
Él creyó vivir feliz, sentía esa felicidad que se siente cuando las cosas están bien, o cuando te regalan algo que te hace mucha ilusión. Aunque tan sólo fuera momentáneamente, o a golpe de regalos minúsculos. Vió en todo aquello que le alegraba la máxima felicidad. Y así creció, cumplió los 13 años, peró por cosas de la vida que no estaban en sus manos, sufrió la ruptura de su familia. Su mundo se dividió en dos, su padre y su madre. Todo pasó a ser un poco más oscuro.
Una nueva manera de vivir, sin una figura paternal, con nuevas responsabilidades, con nuevas tareas que por edad no le tocaban... un calvario.
Las noches se le hicieron eternas, apenas dormía, su cabeza procesaba toda la situación a la que jamás pudo llegar a entender. Se limitó a hacer lo que esa persona que le quedaba le decía.
Él se sentía triste, infeliz, desdichado... ya parecía que nada tenía valor. Sentía que su padre le robó su infancia, su adolescencia. Se le corrompió el corazón.
[...]
Habían pasado 4 años, supo reponerse y madurar a marchas forzadas para superar ese obstáculo que de manera tan repentina se le puso delante. Su corazón curó, pero quedó malherido, demasiadas marcas de guerra. En realidad estaba bien, estaba sano, pero el sentía que aquel corazón era débil, mostró tanto su amor por lo que quería, que pudieron hacerle daño.
Fué otro totalmente distinto, se volvió frío y calculador, incluso algo cínico y mezquino, era más ignorante, más indiferente, menos implicado con los demás, más arisco, más desconfiado, crítico con sus imperfecciones, sentía la necesidad de tenerlo todo bajo su control, se recriminaba cuando algo salía como el no esperaba. Lo habían hecho salvaje. Él creyó que nadie podría provocarle dolor, él se sintió dueño de sus sentimientos y así lo creyó hasta el punto de encerrar bajo llave su propio corazón, cual si fuera una caja fuerte, para que nadie pudiera herirle jamás. Así fué, la gente ya no admiraba su forma de ser, ya no contaban con él. Su madre lo llevó al psicólogo, pero él jamás le dirigió la palabra. Su madre lloraba por las noches, no sabía que le pasaba, nunca lo contó, lo guardó para él en aquella caja y escondió la llave...
[...]
Pasó el tiempo, se le acercaron personas que le dieron una luz que ya ni conocían sus ojos, pareció como si por convenio la gente le diera una segunda oportunidad, como si quisieran levantarle del suelo del que él jamás creyó estar sentado. Fué difícil, nunca se dejó llevar, pero con el tiempo, mostró aquella caja, pero jamás su interior. Entendió, entonces, que podía hacer feliz a los demás, era algo falso, porque no provocaba su felicidad en sí, pero era un sucedáneo tan plácido, que se dedicó a poner una sonrisa en cada momento, decidió dejarse llevar, ser más cariñoso con los demás, ser más divertido y no pensar tanto en como saldrían las cosas. Intentaron abrir esa caja en varios intentos sus amigos, pero allí perecen bajo la atenta mirada suya, los más oscuros y los más hermosos secretos y sentimientos que él sentía. Y aún es así, aunque caiga al suelo no quiere que le vean débil, él se levanta, aunque piense que necesite a alguien al lado y no pida ayuda, quizás no logró ser el original, el de antes, pero nunca le podrán recriminar que jamás lo intentó.
Su corazón parece que seguirá malherido y que permanecerá en esa caja bajo llave eternamente.

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